El concepto de aromaterapia fue acuñado por el químico francés René Maurice Gattefossé en 1928, si bien existen registros milenarios que ya hablan del uso medicinal y terapéutico de los aceites vegetales. Entre otros, cabe destacar el papiro de Ebers, un manuscrito egipcio de anatomía, fisiología y toxicología del año 1550 a.C, en el que se mencionan remedios naturales a base de plantas regionales para las dolencias del cuerpo.
Esta práctica, si bien hoy en día tiene un carácter holístico por tener en cuenta mente, cuerpo y espíritu, sigue despertando gran interés y curiosidad por parte de la comunidad científica; y es que la aromaterapia tiene su origen en las prácticas curativas de la medicina tradicional, en las que se aprovechaban las propiedades de esas mismas plantas de las que hoy destilamos los aceites.
En la última década se han realizado multitud de estudios para observar y cuantificar el potencial antibacteriano y antiviral de ciertos aceites y su uso. Algunos ejemplos podrían ser el tratamiento del acné mediante aceite de orégano y la inhibición del herpes vírico con aceite de romero y albahaca del monte.
Particularmente, hoy nos gustaría hablar de las propiedades inherentes al Eucalipto o Eucalyptus Citriodora, originaria del continente australiano. Esta planta ya era utilizada por los nativos indígenas para el tratamiento de congestiones y otras dolencias pulmonares y como antiséptico en heridas. Dicho uso fue luego transmitido a occidente como tisanas y ungüentos cuyos beneficios han sido demostrados sobradamente por los investigadores, que lo asocian a su gran concentración de cineol, por su actividad mucolítica y antibacteriana que lo convierte en un perfecto expectorante.
Tanto así, que la Agencia Europea del Medicamento (EAM) acepta el uso tradicional de las hojas y aceite de eucalipto para el tratamiento de la tos derivada de resfriados, así como otras enfermedades de las vías respiratorias.